Innovación social

El náufrago necesita nadar para mantenerse a flote, y las sociedades innovar para sobrevivir. Cuando se empezó a utilizar el término “innovación”. (por ejemplo, en el primer Manual de Oslo de 1992) designaba sólo la invención tecnológica, fundada en la ciencia. Desde entonces, el concepto se ha ido ampliando. Si nuestro objetivo es progresar, no podemos limitarlos a una mejora económica. Por eso, ha comenzado a hablarse de “innovación social”, que es el desarrollo de competencias, investigaciones, instituciones, empresas, dirigidas a aumentar las posibilidades de los ciudadanos, a mejorar la resolución de los problemas de convivencia, en una palabra, a fomentar modos deseables de vida. Al hablar de “innovación” en sentido estricto, nos referimos a modos más novedosos y creativos de enfrentarnos a las dificultades o de aprovechar las oportunidades. Parece evidente que necesitamos innovar en política, en organización pública, en modos de resolver conflictos, en instituciones sociales, económicas y jurídicas. Necesitamos urgentísimamente innovar en educación. No se trata de cambiar sólo para amortiguar las molestias, como el enfermo cambia de postura, sino de proponer innovaciones evaluables, es decir, capaces de demostrar su utilidad social. Por ejemplo, necesitamos “innovar” en el mundo laboral. Confieso que cada vez que oigo “reformas estructurales” me suena a vieja jaculatoria piadosa, a mantra mágico, o a tomadura de pelo. No necesitamos oír de nuevo conceptos agotados, sino una movilización creadora. Publicado el 8 de enero de 2012 [1]

[1]  Marina, José Antonio (2012) “Innovación social” El Mundo, suplemento Crónica (847): p.13.

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